Siempre puedes pintar las rosas rojas

Un muchacho de no más de veinticinco años se paseaba de un lado al otro por la sala de estar de su casa recién comprada. Estaba enojado, claramente muy enojado.

Su esposa, por otra parte, no dejaba de sonreírle a las páginas de su nuevo libro. Nunca se había tomado un tiempo para leer un libro que no fuera de la escuela, pero ahora que estaba casi recién casada y sin necesidad de trabajar, se había decidido a ir a una biblioteca muggle en busca de una buena novela para leer.

Cuando no escuchó más los pasos de su esposo en la sala, despegó la mirada del libro, pensando que había salido al jardín a terminar de matar a los jardineros. Suspiró de alivio cuando lo vio parado frente a la ventana, mirando cómo los pobres hombres re-hacían todo su trabajo por la terquedad de su marido.

―¡Blancas! ―repitió él, girándose a ella― ¿Puedes creerlo, Rose? ¡Estúpidos muggles!

―Lo sé, Scorpius, no has dicho otra cosa en las últimas dos horas ―contestó ella, cansada.

Scorpius Malfoy miró a su esposa con exasperación, frustrado porque ella no comprendiera la razón de su molestia.

―Pudiste repararlo tú mismo con magia, Scorpius ―dijo Rose, cambiando de página―. ¿Por qué haces que esos hombres trabajen doble?

―Porque no les voy a pagar por ser ¡unos completos inútiles! ―dijo el insulto en un tono lo suficientemente alto como para que lo escucharan allá afuera.

Rosebud Malfoy rodó los ojos y los volvió a centrar en el libro. Scorpius no pasó por alto el gesto de su esposa. La miró por unos segundos, con una sonrisa algo boba en el rostro, hacía mucho tiempo que no veía a Rose tan sumida en la lectura.

―Siempre puedes pintar las rosas rojas ―murmuró Rose.

Scorpius la miró sin entender, se acercó y se sentó junto a ella.

―¿Qué? ―le preguntó.

―Mira, están pintando las rosas ―contestó mientras señalaba a un párrafo en especial.

Scorpius lo leyó por encima.

"Pintando. Rosas blancas. Rojo carmín."

Hasta ese momento, Scorpius ni siquiera había reparado en qué libro estaba leyendo Rose con tanta alegría.

―Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas ―leyó el título en la portada. Miró a Rose confundido. Ella no era de leer novelas, mucho menos de fantasía.

―Me encanta ―dijo con una sonrisa sincera―. Cuando lo termine, lo voy a comprar. Y es verdad lo que dice, ¿sabes? Siempre puedes pintar las rosas rojas.

Scorpius observó a Rose por unos segundos. Le sorprendía cuánto amaba a esa sonrisa.

―Pero no cuando prefieres las rosas color rojo natural ―le dijo él, acariciando el cabello rojo de su "rosa".

Rose sonrió, su mente quedó clara al fin. Después de todo, Scorpius sí tenía una razón para hacer que cambiaran las rosas blancas por rojas.

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