No tengo miedo

Hola. Mi nombre es Charlotte Lane, tengo diez años y se suponía que la próxima primavera cumpliría once.

Desde que tengo memoria le he sentido un miedo muy profundo a los fantasmas, mi abuelita siempre me espantaba diciéndome que cuando ella fuera un fantasma volvería y me jalaría por los tobillos hasta tumbarme de la cama por cada vez que no la obedeciera. Bueno, pues algo así pasó, pero no era mi abuela.

Yo solía tener un hermanito antes de morir. Un niño de ocho años que siempre me hacía travesuras, y una noche se pasó de la línea con sus bromitas.

Yo estaba por irme a dormir, estaba muy intranquila. Mi abuelita tenía un mes de haber muerto y me daba miedo cada noche el que volviera del más allá para jalarme de los tobillos por la vez en que no me terminé la cena que me preparó, o por la vez en que tomé el maquillaje de mamá sin permiso, o la vez en que me dijo «no pelees en la escuela» y le metí el lápiz por la nariz a Jane Harris por haberme jalado el cabello… bueno, estaba espantada porque mi abuela volviera como fantasma y me jalara de los tobillos, así que un día me dije: «Charlotte Lane, no debes de tenerle miedo a los fantasmas» y por un par de noches dormí como angelito.

Mi hermanito se llama Bobby, y su mejor amigo es Ryan, un niño de verdad molesto que vivía en la casa de al lado hasta que se mudaron de ciudad.

Recuerdo que Ryan siempre se burlaba de mis pecas, y por eso agarré a escondidas el maquillaje de mamá, para esconderlas. También recuerdo que una vez me cortó un mechón de pelo, y que Bobby y Ryan siempre me arrojaban bombas de agua cuando salía al patio.

Una noche Ryan se quedó a dormir en casa, y quizá si Bobby no le hubiera contado de mi fobia a los fantasmas yo seguiría en casa, leyendo los cuentos que escribía papá para mí y viendo las películas de Disney que mamá compraba cuando venía del trabajo.

La noche en que Ryan se quedó a dormir en casa fue especialmente aterradora. Era una noche de tormenta, había mucho viento y los truenos me hacían creer que los rayos estaban cayendo justo frente a mi ventana. Me fui a la cama pensando positivamente. «No tengo miedo, no tengo miedo.»

La colcha estaba calientita. Extraño eso. Y mi osito Teddy me abrazaba fuerte porque le espantaban los truenos.

Ya estaba dormida cuando sentí algo en mi tobillo izquierdo, y luego en el derecho. Desperté, pero no quise abrir los ojos.

«No tengo miedo, no tengo miedo.»

Entonces me empezaron a jalar muy despacio y mis ojos se inundaron en lágrimas.

«No tengo miedo.»

Abrí los ojos y ¡BUM!, una sombra enorme con cara de muerto estaba frente a mí. Brinqué de la cama y corrí hacia fuera.

Salí de mi habitación, salí de la casa. Iba corriendo tan rápido, huyendo del fantasma, que no escuchaba a mi papá que corría tras de mí y gritaba mi nombre.

Entonces escuché un trueno, un claxon, los gritos de mi madre y mi padre, y una ambulancia. Luego todo fue silencio, y oscuridad. También tranquilidad.

Y así fue como me reuní con mi abuelita. Al menos es como lo recuerdo.

Tengo diez años y, finalmente, no tengo miedo de los fantasmas.

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