Muérdago

Como todas las navidades, la familia Potter se disponía a abrir los regalos en compañía de los Weasley, era la fecha más ansiada por el pequeño Albus. Su fe en la navidad nunca moría, a pesar de ser consciente de la inexistencia de aquel famoso hombre barrigón de barba blanca.
   Las risas siempre estaban presentes, y el desenmarañado cabello rojo de la pequeña Lily era ahora el centro de atención.
   ―Se te pegaron las sábanas, Lily ―se burló su hermano mayor, James, entre risas.
   La pequeña niña se limitó a sacarle su rosada lengua y luego con un aire soñador y un brillo de emoción en los ojos exclamó:
   ―¡Ya es navidad!
   Sus padres y tíos tan sólo asintieron ante la afirmación que acababa de hacer la más joven de los Potter, mientras su padre, Harry Potter, sacaba una caja envuelta en un colorido papel con un moño adornándolo. La pequeña pelirroja caminó a trompicones hasta su padre y tomó el obsequio entre sus delicadas manos, lo observó por unos segundos y luego alzó el rostro para mirar a su padre.
   ―¿Nos contarán otra historia de navidad? ―preguntó en un murmullo― Ya saben, como los otros años. ¿O me la he perdido por despertar tan tarde? ¡Juro que no fue a propósito, estaba esperando a Santa anoche! Pero nunca lo ví  ―dijo esto último un poco desilusionada.
   Por detrás de Ron y Hermione Weasley, James Potter se había atragantado con el sorbo de leche que recién le había dado a su vaso; riéndose entre dientes por la inocencia de su hermana. Albus Potter y Rosebud Weasley lo miraron mal.
   ―¿Qué? ―murmuró él.
   Ambos negaron con la cabeza, como si se hubieran puesto de acuerdo. El pequeño Hugo ni siquiera lo había notado.
   ―No te la perdiste, te estábamos esperando ―la consoló su madre, Ginny Potter, con una sonrisa llena de ternura en el rostro.
   ―Además, no eres la única que ha pasado noches esperando a Santa, ¿verdad, James? ―dijo mordaz el pequeño Albus, recordándole a su fastidioso hermano las decenas de noches que había pasado en vela por culpa de aquel imaginario hombre.
   Lily sonrió y miró a su padre.
   ―Nos contarías la historia, papi. ¿Por favor? ―le pidió con dulzura.
   El portador de la cicatriz formó una semi-sonrisa y se sumió en sus pensamientos, recordando cada navidad que había pasado desde que había ingresado al colegio de magia. Fueron muchas navidades, sin duda, pero hubo una en especial que hizo que su sonrisa se ampliara por completo.
   La navidad del cuarto año. Su navidad del cuarto año.
   Sin percatarse de las miradas curiosas que lo rodeaban, comenzó a meterse más y más en aquel recuerdo que lo inundaba cada año en las mismas fechas...

Harto por la acosadora Rita Skeeter, la presión por el baile de Navidad y la falta de pareja para éste último, caminaba desesperado por los pasillos de Hogwarts sin rumbo fijo. No sabía qué hacer, simplemente se sentía bajo presión, estresado. Giró en uno de los cientos de pasillos sin tener ni pizca de idea de en qué tipo de pasillo había entrado.
   Suspiró al darse cuenta de la ausencia de estudiantes ahí y aminoró la velocidad y longitud de sus pasos, haciéndolos cada vez más cortos. A mitad del pasillo se detuvo, extrañado por lo que sus ojos veían. Una Slytherin de corta y negra cabellera también se encontraba allí, con él. Lo miró con una sonrisa burlona y se acercó hasta quedar de frente al azabache.
   ―Potter ―dijo con repugnancia―, ¿nuestro campeón de Hogwarts está tenso?
   ―Cierra la boca, Parkinson. No vuelvas a mencionar el torneo o… te vas a arrepentir ―la advirtió irritado.
   La pelinegra sonrió, disfrutando del momento, pero a pesar de la advertencia no se detuvo. Se acercó otros dos pasos al azabache para quedar a tan sólo centímetros de su rostro y con una ceja alzada le dijo altanera:
   ―¿Qué me vas a hacer, Potter?
   El azabache apretó los puños, más por inercia que por cualquier otra cosa, y la Slytherin soltó una carcajada en la cara de él.
   De repente, un extraño ruido hizo que las carcajadas cesaran. Ambos jóvenes miraron en la dirección de la que provenía el sonido, hacia arriba, y apenas distinguieron una planta salir del techo cuando una gruesa capa de polvo blanco los cubrió por completo a ambos, haciéndolos caer.
   Tosiendo y quejándose, Pansy se levantó del suelo sacudiendo su túnica; mientras Harry analizaba el "polvo blanco" que los había cubierto.
   ―¿Qué rayos es esto? ¿Nieve? ―decía Parkinson mientras que el muchacho continuaba mirando la gruesa capa blanca.
   ―Es menos denso que la nieve, en definitiva es polvo… ¿pero blanco?
   La Slytherin bufó.
   ―Mi héroe ―dijo entre dientes, con burla.
   El azabache ignoró a la pelinegra y se levantó del suelo, para luego mirar de nuevo al techo y arrepentirse de haberlo hecho.
   ―No puede ser ―dijo más para sí mismo que para su acompañante.
   ―¿Qué? ¿Qué pasa? ―inquirió la pelinegra, girándose para mirar en la misma dirección― ¡No puede ser!
   Con los ojos abiertos de par en par, continuó mirando a la planta que había aparecido en el techo: un muérdago.
   Ambos estudiantes cruzaron miradas, dudosos y con el corazón acelerado.
   ―Es sólo una estupidez ―comentó Harry―. No hay por qué hacerlo.
   Aunque no estaba del todo segura, su instinto habló por ella. Ése instinto de hacerle la vida imposible a Harry Potter.
   ―¿Miedo, Potter? ¿Qué nunca has dado un beso?
   Él no contesto y desvió la mirada. Ella se rió.
   ―¿Te importa si lo he dado o no? ¿Acaso te gusto, Parkinson? ―contraatacó después de unos segundos.
   ―¡Claro que no! ―contestó de inmediato― ¡No seas tonto, Potter!
   Un silencio sepulcral inundó el pasillo, ninguno de los dos se atrevía a mirarse a los ojos. La Slytherin había comenzado a mecerse ligeramente con sus pies.
   ¿Cumplir o no con aquella tradición del beso bajo el muérdago? Una estupidez, quizá; pero era la pregunta que les cortaba la respiración a ambos.
   ―Tal vez… deberíamos… ―balbuceó Potter, haciendo que la chica frente a él lo mirara extrañada―  ya sabes…
   Ella alzó las cejas, sorprendida y llena de nervios; ya que aunque no lo confesaría ni aunque la torturaran con un cruciatus, ése sería también su primer beso.
   ―Sólo por la tradición ―agregó el azabache, haciendo que la chica frunciera el entrecejo.
   ―Me niego a ser manipulada por una torpe planta ―dijo ofendida. Dio media vuelta y trató de irse por donde llegó; pero no pudo―. ¿Qué rayos…? ―murmuró mirando a sus pies.
   Aquel extraño polvo que los había cubierto hacía poco tiempo, estaba extendido en un radio de tres metros por el pasillo y evitaba que Pansy saliera del mismo. Los pies de la Slytherin estaban pegados al piso como si de un fuerte pegamento se tratara. Hizo cientos de intentos por salir, pero ninguno funcionó; al final no le quedó de otra más que dar la vuelta y regresar al punto de partida: bajo el muérdago.
   ―Veo que ya lo notaste ―le dijo Potter tan pronto la vio.
   ―¿Cómo lo supiste?
   ―Ya había oído hablar de éste pasillo, unos dicen que aquí se esconde Peeves del Barón Sanguinario, otros que simplemente está encantado ―se encogió de hombros―. Quién sabe. Creo que debemos cumplir ―señaló hacia el muérdago― para poder irnos.
   La Slytherin bufó molesta.
   ―Acabemos con esto ya, Potter ―dijo abalanzándose sobre el muchacho, para luego juntar sus labios con los de él.
   Hogwarts, ése mágico castillo está lleno de secretos, cualquiera que dijera que los conoce todos, sin duda alguna estaría mintiendo. Aquel pasillo encantado gustaba de gastar bromas. Cada viernes trece, gatos negros, espejos y escaleras habían por doquier allí dentro, seguidos de divertidos hechizos; cada noche de brujas, sonidos extraños, sombras y demás se hacían presentes allí mismo. Pero de todas las bromas que jugaba, parecía ser que su favorita era la del muérdago.
   Juntaba parejas que ni en sus más locos sueños podrían besarse o voltear a mirarse al menos.
   ―Bien… no fue tan malo ―farfulló Pansy una vez que se separaron.
   ―Creo que… estoy de acuerdo ―coincidió él, acompasando su respiración.
   ―Si le dices a alguien de esto, Potter, no dejaré que el Señor Tenebroso te mate, antes lo hago yo ―lo amenazó la chica.
   ―Estoy de acuerdo ―musitó él, para luego dar media vuelta y meter sus manos en los bolsillos de su pantalón. Sin esperar encontrar algún presente dentro de su bolsillo derecho.
   De él, sacó una diminuta caja envuelta en papel para regalo color verde, con un  moño plateado adornándole.
   ―¿Parkinson? ―murmuró desconcertado, volviéndose hacia el pasillo esperando ver a la pelinegra todavía ahí.
   Ella, aunque un poco lejos de él, al girarse para mirarlo sus ojos se desviaron rápidamente hacia el objeto que Potter tenía en su mano. Acercándose a paso lento, el muchacho quedó a un escaso metro de distancia y le extendió el obsequio.
   ―Feliz… navidad, Parkinson.
   ―Gracias, Potter ―murmuró como única respuesta, sin dejar de mirar el presente. Lo tomó delicadamente y, entre sorprendida y confusa, lo guardó en su bolsillo; notando que también ella tenía algo guardado allí. Tomó el obsequio con su mano izquierda y metió la mano derecha de nuevo para sacar lo que tenía ahí guardado.
   Una caja de igual tamaño pero envuelta en un papel rojo y con moño dorado había aparecido en el bolsillo de la túnica de la Slytherin. Sin saber cómo había llegado hasta su bolsillo, ella sólo supo que el regalo ya tenía dueño; y que debía entregárselo.
   ―El rojo no es mi color ―bromeó, encogiéndose de hombros.
   Ambos dejaron salir una ligera risa desde la garganta. La chica estiró el obsequio hasta su acompañante, quien lo tomó sin titubear, y metió el regalo color verde y plata en su bolsillo.
   ―Feliz Navidad, Potter ―le deseó, con una media sonrisa.
   ―Feliz Navidad, Parkinson ―sonrió él también.
   Luego ―como si estuviera esperando a esas últimas palabras―, el polvo que los rodeaba y mantenía sus pies pegados al suelo desapareció en un abrir y cerrar de ojos. Sin decirse ni un "Hasta luego" ambos chicos tomaron caminos diferentes para alejarse uno del otro e ir a sus respectivas salas comunes.

   ―¿Papá? ¿Papá? ―lo llamaba la pequeña Lily, sentada en su regazo. Al percatarse de que su padre le prestaba atención, sonrió.
   ―Parecía que te habías quedado dormido ―le dijo su esposa, confundida.
   ―¿Nos contaras la historia? ―preguntó Albus, interesado.
   ―Creo que éste año le toca a Ron contar una historia ―dijo girándose hacia su amigo.
   ―¡Sí! ―exclamó el mencionado por lo bajo― ¿Quién quiere escuchar de la primera navidad en Hogwarts? ¡Su tío Fred se puso por error el suéter tejido de George y George se puso el suéter de Fred, fue genial! Eran Gred y Feorge ―se rió divertido.
   Así, escuchando la historia no muy bien narrada por su mejor amigo y las risas de los niños, Harry Potter comenzó con su veinticinco de Diciembre, su muy feliz Navidad, preguntándose si, tal vez, ella también recordará ése día en el que ambos dieron su primer y más extraño beso.
   Dejando a todos sin saber al menos de la existencia de esa Navidad jamás contada.

   Y también ignorando que horas más tarde, ése mismo día en que se encontró con la Slytherin, ése condenado muérdago le había hecho pasar a Draco Malfoy un no muy agradable encuentro con una excéntrica chica que estaba cursando el tercer año. Una chica, quizás, demasiado lunática.
   Pero ésa... es otra historia.

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