Little broken heart

Lloraba. Corría y lloraba. Y quería gritar y patear algo. Y luego desaparecer como por arte de magia. Subió las escaleras del edificio que era la escuela secundaria y llegó hasta la azotea. Se acercó a la orilla y se sujetó de la baranda floja para no caer, aunque con lo floja que estaba lo más seguro era no agarrarse de ella.
¿Por qué le habían roto el corazón de aquella manera?
Él se iba a mudar, después de meses había conseguido el valor para hacerle saber de su existencia, y él se iba a mudar. Y no una simple mudanza de casa, se iba de la ciudad.
-¡¿Por qué?! -gritó, desesperada- ¡¿Por qué, puta madre?! ¡Jódanse todos! -su cara roja, la voz quebrada, las lágrimas brotando de sus ojos como si no se fueran a acabar nunca- ¡Jódanse!
-Esas son palabras muy grandes para una niña, ¿no te parece? -le dijo un chico sentado allí en el suelo de la azotea, ella dio un pequeño salto de sorpresa- ¿Qué edad tienes?
-¿Qué te importa a ti? -no lograba ver su cara, pues la estaba ocultando tras un libro.
-Quizá tienes razón. Sólo tenía curiosidad.
Bajó el libro. Ojos de gato, nariz respingada, labios con forma de corazón. Si su cabello fuera largo, facilmente se le confundiría con una niña.
-Tengo trece -dijo ella-. Los cumplí el mes pasado.
-Mi edad -sonrió-. Soy Evan, por cierto.
-Anna -se presentó ella.
-¿Puedo saber por qué gritabas como lunática, Anna?
-Estoy triste. Y molesta.
-¿Por qué?
-Te acabo de conocer, no pienses que te contaré mi vida.
-No te pregunté por tu vida -le contestó Evan-. Tu vida no me interesa en absoluto, sólo quería saber por qué quieres que nos jodamos todos.
Anna lo miró fulminante, aunque Evan ignoró su mirada casi de manera olímpica. Le interesaba tanto Anna como lo que había comido en el almuerzo y después vomitado.
-Alguien a quien quiero se va -dijo Anna-. Se va de la ciudad este fin de semana, y no quiero.
-¿Por qué no?
-Lo amo.
-Eres muy chica para amar.
-¿Y tú qué sabes de mis sentimientos? -le dijo Anna, mordaz.
-Tienes razón. Quizá se puede encontrar el amor a cualquier edad... pero no a los trece.
Anna rodó los ojos. Evan se distrajó con un mosquito que le pasó zumbando por la oreja.
-Amar sería algo muy bello si excluyera por completo cualquier tipo de dolor, ¿no crees? -dijo Evan después de un rato. Anna no dijo nada, pero estaba más que de acuerdo con lo que Evan había dicho- No deberías llorar, si él te quiere buscará la forma de que sigan juntos, de alguna manera. Te hablará por telefono o algo así.
Anna siguió callada, él no la quería; al menos no de la forma en que ella a él.
-Eres muy bonita, Anna, apuesto a que habrá muchos chicos que se fijen en ti y te quieran bien, que te cuiden y te traten como te mereces. -Pero Anna seguía sin decir nada. Evan se quedó mirándola un rato, y esto a Anna le gustó y al mismo tiempo no tanto- Creo que ya te aburrí lo suficiente, ya que no quieres charlar conmigo.
Evan se levantó y el libro se le cayó sin que se diera cuenta, era un libro delgado y pequeño. Se despidió de Anna y fue hacia la puerta para bajar por las escaleras. Anna se fijó en el libro en el suelo y fue a ver cuál era el título, y se espantó.
En la portada había un niño y una niña jugando en un parque, algo de lo más normal, pero el título era Leucemia, y el subtítulo decía Infancia y Pubertad, el cáncer no perdona edades.
En ese momento, Anna se dio cuenta de que había problemas mucho más graves que el de su pequeño corazón roto, y se sentó un momento para leer un par de capítulos de aquel libro tan ligero. Le partió el corazón ver una fotografía de una niña de cinco años sonriendo mientras esperaba en la habitación de un hospital en el Distrito Federal, en México, a que la gélida y huesuda mano de la Muerte le acariciara la mejilla y se la llevara.
Tan absorta estaba con el libro, que cuando menos cuenta se dio ya lo había terminado, y hasta entonces notó que había alguien sentado frente a ella, mirándola.
-¡Qué susto me diste!
-¿Por qué estás leyendo mi libro? -le preguntó Evan.
-Lo dejaste y...
-Es mi libro, no tenías derecho.
-Lo sé, perdón.
-Eso no arregla nada, dámelo. -Anna le entregó el libro- Espero que seas más considerada la próxima vez que decidas tomar algo ajeno sin consultar.
-Oye, ni que te lo hubiera robado.
Evan se levantó y se fue.
Los siguientes tres días, Anna intentó hablarle, pero él la ignoraba. Ya ni le importó que esa persona a la que 
«amaba» se fuera de la ciudad al día siguiente.
Una semana después, Anna consiguió hacer que Evan le dijera un 
«hola», y aprovechó para preguntarle por qué había estado leyendo aquel libro.
-Nada en especial, sólo quería informarme -le contestó Evan.
-¿Estás seguro?
-Sí.
-Está bien.
Cerca de un mes después de eso, Anna había entablado algo parecido a una amistad con Evan. Hablaban y hacían chistes, pasaban buenos ratos juntos, se agradaban.
Cuando Evan tuvo una fiesta por su cumpleaños catorce e invitó a Anna, fue el mejor cumpleaños que había tenido en su vida. Había un pastel, globos, su familia, compañeros de la escuela, y 
también estaba «su» Anna. Pero al día siguiente, faltó a la escuela. Nadie sabía por qué, quizá el pastel no le había caído bien y estaba enfermo, así que Anna decidió ir a su casa, y encontró varios autos estacionados enfrente. Encontró personas llorando. La madre de Evan decía cosas sin sentido y después de un rato una tía de su amigo le dijo lo que ocurría.
Y le entregaron una carta.

Soy el peor amigo que seguro has tenido hasta ahora. Te mentí desde el primer momento y lo siento, pero no quería otra persona que sintiera lástima por mí. Espero lo entiendas.
Sí leía ese libro por una razón, porque me lo regaló mi psicóloga Penélope hace como un año. Espero que no me odies por esconderte un secreto tan grande, y que tu pequeño corazón roto se haya compuesto un poco después de que nos conocimos. Quisiera poder verte cuando leas esta carta, y abrazarte. Te quise mucho, Anna. Y era en serio lo de que eres muy bonita, y ojalá que encuentres a alguien que te mire de la misma manera en que lo hice yo.
Tenías razón, siempre la tuviste. Se puede encontrar amor a cualquier edad.
Por favor, no te molestes porque nunca te haya dicho nada, no quería lastimarte. Me regalaste el mejor año de mi vida. Gracias.
Te quiero.
Adiós.
Anna no reaccionó al instante. Dobló la carta y se la guardó en un bolsillo. Se despidió de la madre de Evan y se fue a su casa. Y sonrió llorando. Y lloró durmiendo.
En sus sueños recordaba a Evan, y despertaba con la idea de que lo encontraría en la escuela, pero al llegar recordaba que no lo volvería a ver. Y lloraba. Y aprendía del dolor.
Y pasado un año desde la muerte de Evan, reunió el coraje suficiente para ir a su tumba. Le dejó flores y algo más: una foto enmarcada, de él y ella, los dos, juntos, en una montaña rusa. Sus brazos arriba y sus bocas abiertas, gritando por la adrenalina. Y la dejó en la tumba de Evan, pensando que le había dejado el mejor regalo del mundo. Y sonrió.

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