Léeme un cuento, mamá

Apago la luz de la sala de estar mientras tu padre te lleva a tu habitación cargando en brazos. Te quedaste dormido mirando la televisión otra vez. No pudiste evitarlo, Hey, Arnold! es tu programa favorito, aunque sea un programa tan viejo como yo. Sonrío cuando tu padre te acuesta en la cama y te acobija, y abres los ojos y me suplicas con la mirada.
-Mamá, léeme un cuento -me dices, y yo estoy que no quepo en mí de la felicidad.
Me acerco a la estantería que hay enfrente de tu cama y saco el mismo libro de siempre, tu favorito y mi favorito. Sonríes encantado cuando ves al niño de la cicatriz con capa roja montado en una escoba. Voy a sentarme en la cama, cerca de ti. Tu padre te besa en la frente y a mí en la mejilla antes de irse a dormir, por la mañana tiene que trabajar temprano.
-Buenas noches, amores -nos dice, y le deseamos juntos las buenas noches y que tenga dulces sueños.
-A ver, ¿en dónde nos quedamos anoche? -te pregunto mientras hojeo el libro, fingiendo no saber.
-El Profesor de Pociones -me contestas-. Ahí, aquí -me dices cuando te acercas para buscar la página y señalarme el primer párrafo.
-Muy bien, entonces. Acuéstate y yo te leo.
Empiezo a leerte con mi voz más clara y fantasiosa aquellos párrafos llenos de la magia que a ambos nos fascina, y me emociona saber que te interesen las letras tanto como a mí, y la magia quizá incluso más que a mí.
Me escuchas atento, sin interrumpirme. Tus oídos se llenan de hechizos escritos por una gran hechicera de melena rubia y acento inglés. Tus gestos de sorpresa me hacen reír porque sé muy bien que sabes lo que leeré mucho antes de que lo haga.
Termino de leer el capítulo y me pides más, miro la hora y me parece aceptable leerte otro capítulo. No te duermes ni haces ningún ademan de que lo vayas a hacer pronto. Estornudo y me dices «salud» al mismo tiempo que te ríes, y entonces nos espantamos por la figura que está en el marco de la puerta.
-Ya es tarde -nos dice tu padre. Miro la hora y, en efecto, son casi las once de la noche. Te sonrío y pones carita de perro triste.
-Un poco más -me ruegas.
-No esta noche -te susurro-. Mañana, te lo prometo.
-¡Sí! -te emocionas. Tu padre y yo reímos.
Me levanto de la cama y acomodo el libro en su lugar.
-Buenas noches -te deseo.
-Buenas noches, mamá.
Camino por el pasillo hacia mi habitación, con tu padre abrazándome, y me acuesto con una sonrisa en la cara. Ansío a la noche próxima, y poder escucharte decir «léeme un cuento, mamá» otra vez.

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