Feliz navidad, Tuney

Los adornos y luces navideñas estaban por todas partes; cada calle, techo y las copas de los árboles tenían un gran manto blanco de nieve encima. La familia Evans estaba especialmente feliz esa Navidad pues su hija menor, Lily, de once años de edad, había llegado a casa para las vacaciones, y estaban de verdad impacientes por escucharla hablar sobre su nuevo colegio.

   —Y dinos, cariño —decía la señora Evans— ¿cómo son las clases?

   —Sí, ¿ya sabes convertir humanos en sapos? —bromeó el señor Evans.

   Lily se rió.

   Estaban todos en el comedor, en la cena de Nochebuena, riendo y escuchando las historias de la pequeña Lily con maravillada atención, deseando poder ver el castillo que era Hogwarts; pero había una persona que no reía, y hacía lo imposible por no escuchar a Lily contar historias sobre su colegio. Petunia Evans, aún con algo de resentimiento por la negativa del director de ese colegio de locos, no quería ni voltear a ver a su hermana.

   Al terminar de cenar y después de otro par de historias de Lily sobre sus clases de magia, Lily admitió que quería abrir los regalos ya mismo, pero su padre, el señor Evans, se negó.

   —Por la mañana temprano abriremos los regalos, Lily, ya es hora de ir a la cama.

   Lily, aunque no muy convencida, asintió, y siguió a su hermana Petunia a la habitación que compartían.

   —Buenas noches —le deseó a sus padres. Petunia hizo lo mismo y ambas se acostaron en sus respectivas camas.

   Petunia no tardó mucho para caer rendida ante el sueño, pero Lily, de verdad impaciente, no podía ni cerrar los ojos.

   —¿Tuney? —susurró— Tuney, ¿estás dormida? ¿Tuney?

   La pequeña niña pelirroja se sentó en su cama y miró a su hermana dormida. Se mordió el labio, pensando en cuánto se molestaría Petunia si la despertase.

   Pero estaba tan impaciente por abrir los regalos...

   Cerca de las dos de la madrugada, Petunia despertó al sentir que algo o alguien se acomodaba junto a ella en la cama. Se giró y miró a su pequeña hermana, Lily, durmiendo plácidamente junto a ella. Estaba por despertarla y mandarla a dormir a su cama cuando Lily abrió los ojos.

   —¿Te desperté? —Tenía una disculpa pintada en el rostro. Sus ojos verdes brillaban y sus mejillas habían adquirido un tono rosa pastel por la pena.

   —No. Sigue durmiendo. Buenas noches —le dijo Petunia, y volvió a dormir.

   Por la mañana temprano, Lily la despertó con una emoción que no cabía en ella. Ambas bajaron a desayunar y corrieron para abrir los regalos.

   Petunia recibió un par de guantes nuevos, un par de suéteres tejidos y tres vestidos bastante lindos y ordinarios, tal y como le gustaban. Lily, por su parte, había recibido unos cuantos regalos más que Petunia, de sus amigos de Hogwarts, lo que hizo que Petunia recordara su desagrado hacia los fenómenos de ese colegio, incluyendo su hermana.

   Por la tarde, los Evans visitaron a la abuela materna de Lily y Petunia, dándoles la oportunidad de agradecerle los vestidos. Tomaron el té, comieron galletas, y a las cinco en punto de la tarde se marcharon de regreso a casa.

   Durante la cena, Lily recordó que tenía algo que mostrarle a Petunia. Algo muy, pero muy especial.

   Cenaron, escucharon con atención a su madre mientras les leía un cuento y subieron a su habitación para dormir. Fue entonces cuando Lily sacó una pequeña caja envuelta en papel regalo color rojo y con un moño dorado de abajo de su cama y se sentó en la cama de Petunia.

   —¿Qué quieres, Lily? Déjame dormir —le dijo Petunia, pero en cuanto vio que Lily sostenía una caja en sus manos y sonreía, se sentó inmediatamente en la cama—. ¿Qué es eso? No habrás traído alguna cosa rara del colegio, ¿o sí? ¡Aleja eso de mí, Lily, o le diré a mamá!

   —Cálmate, Tuney, por favor. Es sólo un regalo que te hice.

   —¿Un regalo? —La expresión de Petunia cambió en ese momento. Su hermana no le regalaría nada que la dañara, después de todo, pero si era algo que le había traído de ese colegio de locos no lo aceptaría. Su curiosidad fue fuerte y le pidió a Lily que le diera la caja.

   Sus manos temblaron un poco, pero quitaron la tapa, y Petunia miró extrañada la pequeña maceta con tierra que había dentro.

   —¿Tierra, Lily? ¿Ese es mi regalo? —le dijo con molestia. Lily se rió y negó con la cabeza.

   —Mira —tomó la pequeña maceta en sus manos y le sopló por encima—. Ayúdame, Tuney —le pidió.

   Petunia, aunque no muy convencida, empezó a soplarle a la maceta y se dio cuenta de que la tierra se empezaba a mover. Espantada, dejó de soplar y se alejó un poco, pero Lily se acercó más a Tuney, sonriendo.

   De la tierra en esa pequeña maceta salió un pequeño ser extraño de unos doce centímetros de alto, con ojos grandes y alas. Era, sin duda, un hada. Pero no un hada real, era una hada como salida de un cuento, muy hermosa, que miró a Petunia y sonrió. Movió sus alas y se acercó a Petunia, que estaba paralizada mirando a ese pequeño y hermoso ser acercarse a su rostro. Le arrancó un cabello rubio a Tuney y regresó a la maceta, donde lo enterró y empezó a tararear algo. De la tierra, empezó a brotar un lirio y una petunia, y el hada se fue convirtiendo en el tallo de ambas flores, entrelazándolas.

   Tuney miraba con tanta atención que apenas y parpadeaba, hasta que el hada finalmente desapareció y ambas flores tenían colores tan vivos que a Tuney le pareció que deslumbrarían a cualquier persona y opacarían hasta al más grande y hermoso jardín.

   —Ambas flores nunca morirán, Tuney. Como mi cariño hacia ti —le prometió Lily—. Oh, y así no son las hadas, por cierto. Es sólo un truco que me enseñaron el profesor de Encantamientos y la maestra de Transformaciones, las hadas reales no son tan bonitas y...

   Lily fue interrumpida por el abrazo de su hermana.

   —Gracias —le susurró Tuney al oído—. Feliz Navidad, Lily.

   Lily, con una lágrima rodando por su mejilla, sonrió.

   —Feliz Navidad, Tuney.

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