A través de tus ojos

Love of mine

—No, no hay excusa.
—Lo sé.
—Eres un desconsiderado.
—Lo sé —repitió.
—¿Qué pretendías hacer? ¿Matarlo?
—Algo así —se encogió de hombros.
—Y matarme a mí con ello.
—Por supuesto que no.
—No era una pregunta.

Sus ojos se mostraron preocupados. Su mirada cambió, se suavisó. Lo miré vacía, sin sentimientos. Suspiré.

—Sabes que te amo. —Esperé a que dijera algo, pero se quedó tal como estaba, con las manos en los bolsillos del pantalón y bajó la cabeza y se quedó mirando sus pies— Lo sabes, yo sé que lo sabes. Te lo digo unas veinte veces al día. —Siguió sin decir nada, se balanceó sobre sus talones— No seas infantil.
—¡Yo no soy infantil!

Le eché una mirada incrédula. Él bufó y se volteó a mirar una mosca que le pasaba cerca del hombro.

—Está bien, sólo... trata de controlar... —buscaba la palabra adecuada, no quería decir celos, pero tampoco envidia. Arrugué el entrecejo, pensativa.
—Me encanta cuando haces eso.
—¿Qué?
—Cuando arrugas el entrecejo mueves la nariz. Amo eso. —Sus ojos brillaron tanto como las estrellas.
— Yo amo cada pequeño detalle de tu persona —me abalancé sobre él—. Pero no esos celos psicóticos que te hacen querer asesinar gente.
—Lo siento.
—No, no lo sientes. Ya-sabes-quién lo siente, y mucho —no dije el nombre para no tentar a la suerte, no quería más heridos por esta noche—. Está en el hospital sintiendo un excesivo dolor justo ahora.
—Yo no pretendía...
—Oh, calla —lo besé—. Llévame a casa, ¿te parece?

Sonrió, una sonrisa torcida, divertida, cínica. Tomó mis brazos y me colgó de su espalda como a una muñeca de trapo, pero no se movió hasta estar seguro de que estaba bien sujeta a su espalda. Por lo general, me trataba como a una muñeca de porcelana, y yo me quejaba mucho por eso; pero lo agradecía, porque si no lo hiciera bien podría dejarme hecha polvorón.

De estar en Central Park, llegamos a la puerta de mi edificio en apenas minutos. Me bajó de su espalda en la entrada, y subimos las escaleras como cualquier persona normal.

Me pasó el brazo por la cintura en el cuarto piso, yo ya sentía que me desmayaba para entonces.

—Necesitan un ascensor.
—¡No, ¿en serio?! -le dije sarcástica. Él rodó los ojos y bufó.

Llegué al séptimo piso en sus brazos, saqué la llave del bolsillo de mi pantalón y abrí la puerta. Estaba todo oscuro, mi hermano debía de estar durmiendo ya en su habitación, aunque las últimas semanas lo he sorprendido durmiendo con la cabeza sobre su escritorio y el computador encendido.

Mi hermano, Joseph, era un escritor de novelas de todo tipo de romance, y con esto me refiero a romances heterosexuales y homosexuales, no discriminaba a nadie en sus novelas, tenía ya seis novelas publicadas, dos romances heterosexuales y una del tipo hombre y hombre y las otras tres eran lésbicas. En Nueva York, las mujeres alababan siempre la magnificiencia de las obras de Janelle LeBlanc, porque para vender más, el representante de Joseph le recomendó usar el nombre de una mujer.

Actualmente, Joseph trabajaba muy duro en su nueva novela: Desire, que según decía «Desire será su más grande éxito. El número uno en ventas. ¡Una de las novelas de amor más hermosas que ha existido!», y le creía. Había leído un capítulo cuando Joseph se descuidó y me encantó, se trataba de distintas historias, entrelazadas entre sí, la vida de cinco parejas llena de drama, realismo, discriminación por parte de terceros, aceptación. No había captado mucho, pues tenía miedo de que Joseph me encontrara y se molestara. Era muy estricto en no dejar a absolutamente nadie echarle un ojo a sus escritos no terminados.

—¿Vendrás mañana? —Quise saber.
—Si eso es lo que quieres. —Sus ojos negros brillaron.
—Sí quiero.
—Entonces vendré a buscarte —sonrió—. Cuando anochesca.
—Como siempre —le sonreí.
—Como siempre —suspiró antes de besarme y marcharse.

A los ojos de muchas personas, más que nadie mi hermano, Derek no era nadie excepto un mal tipo con apariencia de mal tipo, una plaga, una mala influencia, una pésima compañía; sarcástico, pesado, burlón, buscapleitos, la razón de todos los males de este mundo. Pero a mis ojos, él no era nada de eso. Quizá acertaron con lo del sarcasmo, pero solo en eso.

Si las personas vieran a través de mis ojos, se darían cuenta de lo maravilloso que es. Notarían su faceta protectora hacia su hermana, notarían cómo se esfuerza por disimular su preocupación por el calentamiento global y el derretimiento de los polos. Notarían cuando defiende a desconocidos en las calles de verdaderos malos tipos. Notarían las estrellas de sus oscuros ojos color noche.

Aunque nada compensaría lo que había hecho esta noche, ese intento de homicidio hacia alguien a quien yo nunca podría ver como algo más que una buena y a veces incómoda compañía. Porque Ron llevaba dos años enamorado de mí, y yo lo sabía, y él sabía que yo sabía. Y aún así lo intentaba, a veces, cuando bajaba mi guardia. Y es que Ron era casi tan terco como yo, pero mis ojos reclamaban ver a Derek más que a ninguna otra persona, y mi corazón era quien se los pedía aunque mi instinto de supervivencia intentara gritar que no.

A través de mis ojos, Derek era el amor de mi vida. Y a través de los suyos, yo era el amor de su eternidad.

Comentarios