A shower of cherry blossoms
—¿Escucharías mi historia, linda dama?
—Siempre que me lo pidas.
Una sonrisa se tornó en su rostro al tiempo en que todo alrededor comenzaba a cambiar. Montañas y campos les rodearon de repente y las mariposas alzaban el vuelo desde el suelo terroso en el que estaban, a mitad de un interminable jardín de rosas amarillas. Gigantescos árboles estaban decorados con melocotones de gran tamaño y Ami tenía que averiguar si tenían el sabor que se imaginaba.
Se acercó hasta un árbol con cuidado de no maltratar mucho las rosas y se puso sobre la punta de sus pies para alcanzar el durazno más cercano. Una mano llegó antes que ella y se lo entregó sonriente, al morder el durazno se dio cuenta del amable sabor azucarado que tenía. Perfecto, a su parecer. Un pájaro blanquecino llegó y paró su vuelo justo sobre su mano, miró en todas direcciones y comenzó a picotear la fruta. Ami sonrió y trató de dejar al ave con el melocotón en el árbol sin espantarlo, pero falló.
Derek le extendió su brazo y ella se agarró de él gustosa mientras comenzaban a caminar por el gran jardín.
—¿Dónde estamos? —preguntó curiosa, observándolo todo con la máxima atención y guardando cada fotografía mental con candado en su memoria.
—Te dije que te contaría mi historia —contestó sonriendo.
Caminaron hasta llegar a la sombra de un roble, donde una mesita y un par de sillas les esperaban, junto con tazas y una tetera sobre la mesa. Ami se sentó con delicadeza y observó el árbol, le parecía todo un lugar de lo más familiar.
Una lechuza llegó volando hasta ellos y dejó una pequeña cajita envuelta en tela rosa pálido sobre la mesa, junto a la tetera, y volvió a alzarse en vuelo con tal elegancia que Ami sintió ganas de volar igual que ella.
Derek retiró la tela de la cajita y después abrió esta. Un montón de figurillas perfectamente hechas y pintadas estaban adentro. Derek comenzó a sacarlas con cuidado y las acomodó abarcando toda la mesa. Una estaba detrás de la tetera, asomando la cabeza como si estuviera espiando a la otra figurilla que parecía estar jugando con un pequeño cachorro mestizo, y junto a ésta estaba otra figurilla un poco más grande que las demás, como de una mujer adulta, leyendo lo que parecía un periódico y sonriendo, sentada en una pequeña banca de madera.
Ami pudo reconocerse a ella misma en una de las figurillas, en una pose de baile, de puntillas y con los brazos hacia arriba, en el porche de una humilde casa de madera, al lado de la banca en la que estaba la figurilla de su madre. Miró a Derek extrañada y él sonreía mientras observaba a las figurillas de porcelana.
Derek miró a Ami para guiñarle un ojo y chasqueó los dedos un par de veces y le señaló a la mesa. Ami casi se cae de su silla cuando las figurillas que la representaban a ella, su hermana y su madre, estaban moviéndose. La pequeña Ami sobre la mesa estaba dando giros y alzando los brazos, bailando, con una gracia infinita en el porche de la casita; tal y como ella lo había hecho hace siete años. Su hermanita de porcelana estaba jugueteando por toda la mesa con Zoomie, el cachorro, y su pequeña madre se levantaba de la banca y se metía en la humilde casita de madera, directa a la cocina.
Ami también se dio cuenta de que la figurilla del niño, que estaba espiando desde atrás de la tetera, parecía reírse.
—Esa es mi tía —Derek señaló a otra pequeña casita de madera, del otro lado de la mesa, en la cual una mujer se estaba asomando por la ventana y le gritaba algo al niño que, espantado, corrió de inmediato a la casita. Derek aplaudió y todas las pequeñas recreaciones dejaron de moverse—. Hace siete años fui a visitar a mi tía, como cada año desde que se mudó a ese pueblo, pero nadie se imaginaria que podría encontrar a alguien tan hermoso en un lugar tan pequeño y oculto. El más bello secreto de esa comunidad en la que vives, eres tú.
Ami se sonrojó tanto que prefirió desviar la mirada, con una sonrisa tonta en el rostro y los ojos brillosos como si de estrellas se trataran, preguntó:
—¿Y esa es la historia que querías contarme?
Derek no tardó en contestar:
—Sí. Es corta, pero significa mucho para mí.
Ami sonrió más todavía. Un montón de pétalos rosados comenzaron a caer por todas partes. La melodiosa risa de unos niños invisibles era el fondo perfecto para la escena, según ella, y no pudo evitar reír ante la maravillosa idea.
No todos los días llueven flores de cerezo.
—Siempre que me lo pidas.
Una sonrisa se tornó en su rostro al tiempo en que todo alrededor comenzaba a cambiar. Montañas y campos les rodearon de repente y las mariposas alzaban el vuelo desde el suelo terroso en el que estaban, a mitad de un interminable jardín de rosas amarillas. Gigantescos árboles estaban decorados con melocotones de gran tamaño y Ami tenía que averiguar si tenían el sabor que se imaginaba.
Se acercó hasta un árbol con cuidado de no maltratar mucho las rosas y se puso sobre la punta de sus pies para alcanzar el durazno más cercano. Una mano llegó antes que ella y se lo entregó sonriente, al morder el durazno se dio cuenta del amable sabor azucarado que tenía. Perfecto, a su parecer. Un pájaro blanquecino llegó y paró su vuelo justo sobre su mano, miró en todas direcciones y comenzó a picotear la fruta. Ami sonrió y trató de dejar al ave con el melocotón en el árbol sin espantarlo, pero falló.
Derek le extendió su brazo y ella se agarró de él gustosa mientras comenzaban a caminar por el gran jardín.
—¿Dónde estamos? —preguntó curiosa, observándolo todo con la máxima atención y guardando cada fotografía mental con candado en su memoria.
—Te dije que te contaría mi historia —contestó sonriendo.
Caminaron hasta llegar a la sombra de un roble, donde una mesita y un par de sillas les esperaban, junto con tazas y una tetera sobre la mesa. Ami se sentó con delicadeza y observó el árbol, le parecía todo un lugar de lo más familiar.
Una lechuza llegó volando hasta ellos y dejó una pequeña cajita envuelta en tela rosa pálido sobre la mesa, junto a la tetera, y volvió a alzarse en vuelo con tal elegancia que Ami sintió ganas de volar igual que ella.
Derek retiró la tela de la cajita y después abrió esta. Un montón de figurillas perfectamente hechas y pintadas estaban adentro. Derek comenzó a sacarlas con cuidado y las acomodó abarcando toda la mesa. Una estaba detrás de la tetera, asomando la cabeza como si estuviera espiando a la otra figurilla que parecía estar jugando con un pequeño cachorro mestizo, y junto a ésta estaba otra figurilla un poco más grande que las demás, como de una mujer adulta, leyendo lo que parecía un periódico y sonriendo, sentada en una pequeña banca de madera.
Ami pudo reconocerse a ella misma en una de las figurillas, en una pose de baile, de puntillas y con los brazos hacia arriba, en el porche de una humilde casa de madera, al lado de la banca en la que estaba la figurilla de su madre. Miró a Derek extrañada y él sonreía mientras observaba a las figurillas de porcelana.
Derek miró a Ami para guiñarle un ojo y chasqueó los dedos un par de veces y le señaló a la mesa. Ami casi se cae de su silla cuando las figurillas que la representaban a ella, su hermana y su madre, estaban moviéndose. La pequeña Ami sobre la mesa estaba dando giros y alzando los brazos, bailando, con una gracia infinita en el porche de la casita; tal y como ella lo había hecho hace siete años. Su hermanita de porcelana estaba jugueteando por toda la mesa con Zoomie, el cachorro, y su pequeña madre se levantaba de la banca y se metía en la humilde casita de madera, directa a la cocina.
Ami también se dio cuenta de que la figurilla del niño, que estaba espiando desde atrás de la tetera, parecía reírse.
—Esa es mi tía —Derek señaló a otra pequeña casita de madera, del otro lado de la mesa, en la cual una mujer se estaba asomando por la ventana y le gritaba algo al niño que, espantado, corrió de inmediato a la casita. Derek aplaudió y todas las pequeñas recreaciones dejaron de moverse—. Hace siete años fui a visitar a mi tía, como cada año desde que se mudó a ese pueblo, pero nadie se imaginaria que podría encontrar a alguien tan hermoso en un lugar tan pequeño y oculto. El más bello secreto de esa comunidad en la que vives, eres tú.
Ami se sonrojó tanto que prefirió desviar la mirada, con una sonrisa tonta en el rostro y los ojos brillosos como si de estrellas se trataran, preguntó:
—¿Y esa es la historia que querías contarme?
Derek no tardó en contestar:
—Sí. Es corta, pero significa mucho para mí.
Ami sonrió más todavía. Un montón de pétalos rosados comenzaron a caer por todas partes. La melodiosa risa de unos niños invisibles era el fondo perfecto para la escena, según ella, y no pudo evitar reír ante la maravillosa idea.
No todos los días llueven flores de cerezo.
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